Le Flâneur

LOS XV AÑOS

Ayer estuve en una fiesta de quince años. Mientras presenciaba cada momento, recordé cuando me tocó a mí estar en el papel de organizadora. Era la madre de la quinceañera. Desde muy pequeña mi bella princesa se decantó por el gusto de desear festejar esta maravillosa edad, símbolo de entrada a la juventud y despedida de la infancia. Mientras meditaba en ello, podía observar en el salón cada detalle puesto con el afán de adentrarnos a un ambiente de celebración y de abrazo colectivo. De algarabía por el orgullo de ser pares de una “princesa” cuya coronilla en la cabeza lo confirma.

El ancho vestido de crinolina oculta que rememora esas épocas en donde llevar este tipo de faldas era tan cotidiano como el sombrero de copa en los caballeros o las pelucas para ocultar la calvicie prematura. Luego el ya acostumbrado vídeo de fotos. El recorrido de la vida desde que naces; cada etapa de tu vida en cinco minutos. Diferentes rostros de una misma persona en su desarrollo, pero la misma mirada, la misma esencia. Lo que nos hace únicos hasta la desaparición de nuestra vida. Eso es lo que refleja la secuencia de fotografías de lo que ha sido tu vida en tan sólo quince años. 

Luego te deleitas con el ya tradicional show que muestra la gracia de la festejada. Primero el vals con sus chambelanes y luego con sus padres para finalmente sumarse todos esos caballeros valientes que desean acompañar a la bella joven al ritmo de las notas místicas y elegantes de este género. Por un momento me regresé casi diez años atrás cuando mi pequeña vivía este exacto instante de felicidad. Y, por supuesto los días previos de tanto trabajo. La ida a las compras, la planeación, la elección de todos los componentes: el vestido, la invitación, el pastel, el sonido, los chambelanes, el baile, los invitados, el salón y todo lo demás. 

Con todo, sé también, cuántas chicas no vivirán esta experiencia o no la vivieron. Unas por falta de sus padres o, de uno de ellos. Otras por decisión propia, prefieren un viaje o un auto. Aunque las hay que obtienen las tres cosas: auto, baile y viaje (muy afortunadas). Otras que simplemente les parece una tradición pasada de moda y hasta ridícula. En lo personal sigo pensando y sintiendo que a mí me hubiera encantado vivir este instante para aquilatarlo en mi memoria como un símbolo de amor de mis padres; de encuentro con mis amigos de secundaria, de oportunidad para lucir un bello vestido de época; o de ensayar un baile una y otra vez para saberme una mujer que puede superar retos y mostrarse orgullosa.

Bien, pues se llegó el final de la fiesta o, debo decir el final de mi energía, porque, en realidad, al despedirme es que la fiesta seguía, pero mi sueño y cansancio se impusieron. No sé si esta tradición siga perdurando, pero mi deseo es que continúen habiendo más jovencitas deseando celebrar la vida como sólo se hace cada 15 años.

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