Le Flâneur

Volver al origen (Huracán Delta)

Salí a caminar por las calles de nuestro Cancún, esta vez sin tacones. Mis botas de hule podían sentir las varas caídas mientras saltaban los troncos milenarios de los árboles derrumbados. Siempre se vuelve al origen ante las circunstancias adversas. Tanto en actitud como en conductas. Han pasado cuatro días sin agua, sin luz y sin internet wifi. No es una desgracia ni nada que pueda ser verdaderamente importante cuando se tiene una casa para refugiarse, se tiene salud y vida. Entonces es cuando el espacio vital adquiere nuevas dimensiones. Y me reencuentro con los míos nuevamente. Cuántos al leer este inicio se identificarán con esta bondadosa realidad para algunos, mientras que para otros ha podido ser muy trágica como inimaginable para quienes tenemos un refugio seguro que sólo carece momentáneamente de algunos servicios básicos. 

Lavamos los trastes con una cubeta de agua, nos bañamos a jicarazos, nos alumbramos con un par de velas cuando llega la noche. Restablezco mis ciclos circadianos, porque a las once ya estoy en la cama dispuesta a dormir y me despierto con la luz del día. Los sonidos se agudizan y alcanzo a escuchar las voces de mis simpáticos inquilinos que antes no tomaba en cuenta de la misma manera: grillos, búhos, pájaros ardillas y qué se yo cuántos más. Miro con orgullo a todos mis árboles guardianes que me cuidaron de la tormenta y que lo llevan haciendo valientemente durante años, vi sus ramas caídas. Vi cómo combatían la furia del viento y sus lamentos. Parecía que bramaban detrás de las puertas y de las ventanas gritos de auxilio. Con tristeza he mirado que muchos árboles no libraron la batalla. 

El silencio se ha plantado en mi lar donde todavía hay selva, alejado de la ciudad. Dónde aún en mi jardín se posan chachalacas, pericos, ardillas y tucanes. Dónde no son tan bienvenidas: víboras, arañas y alacranes, y así se entrometen en mi casa, como pensando que les saludaremos con alegría. Quizá, lo más seguro es que no entran a hacernos daño, lo triste es que ya no vuelven a salir de la misma manera. Es sobrevivir lo que te regresa al origen. La tecnología de la modernidad se vuelve obsoleta y, tan sólo una vela se transforma en algo poderoso y alentador. Es casi venerado el chorro de un recipiente con agua, el que dejas caer lentamente para convertirlo en bastedad.

También pienso en lo afortunada que soy cuando sé que hay personas que seguramente su realidad está más cercana a la tragedia. Ojalá el mundo algún día sea igual para todos. Así han pasado cuatro días en silencio mientras otras ciudades continúan entre el ruido cotidiano de la vida que nos hemos inventado.

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