El arte de ser

Sommelier • Carolina Martínez Hobart

Por Esteban Torres P.

¿Cuándo aplicas la frase: “El que a este mundo vino, vino a tomar vino y si no a qué vino”?

Todos los días y ahora más que nunca. El mundo ha cambiado drásticamente los últimos meses con circunstancias que podemos observar positivamente como oportunidades para revalorizar actividades que se han visto restringidas, como la interacción social alrededor de una mesa para comer y convivir cara a cara compartiendo vino. Habrá que buscar nuevas maneras de generar esos espacios para beber vino y abrirnos a la posibilidad de tomar vino más en casa rompiendo algunos paradigmas. El vino ha sido un motor de la cultura humana, ha encendido el fuego del desarrollo de las artes e incluso ha estado entrelazado en la historia y la religión por muchos años. El vino en el mundo ha venido para quedarse.

Se dice que el vino es una especie de poesía embotellada…

No necesitamos ser conocedores para poder disfrutarlo. Tan solo requiere usar nuestros sentidos, el olfato, el gusto, la vista, incluso el tacto. Con el vino hay que dejarnos seducir y envolver por los aromas, colores y texturas. Al igual que un poema que es un texto subjetivo, el gusto por el vino también lo es, al final cada persona interpretará si le gusta o no. 

Como comentaba al inicio y adornando con una frase de Dante Alighieri, “El vino siembra poesía en los corazones” es decir, nos da la oportunidad de crear bellas experiencias y recuerdos que serán fuente de inspiración para la vida y quizás, hasta para escribir un poema. 

El perfume como la seda, y el vino como las flores, es uno de los lujos necesariamente de la vida.

El perfume, el vino y las flores, todos tienen en común que nos enamoran con sus aromas, despiertan nuestros sentidos y también nuestras memorias, nos hacen recordar personas, lugares y momentos. Por ello por sí solos nos llegan a envolver con sus atributos, pero su efecto e impacto en nosotros es mayor cuando lo asociamos a una emoción o a un pensamiento. Ahí es cuando el vino cobra poder y un lugar especial en nuestras vidas, se convierte más que en un lujo, en un placer.

Hay vinos que se compran y se guardan para un buen día, qué necesita cada día para ser ese día…

No hay una regla escrita para saber el momento correcto en el cuál debes abrir un vino, eso se los dejo a cada uno de nuestros lectores. Déjense llevar por la ocasión, por la compañía, por la comida que acompaña, por la escenografía, o simplemente por el día. A veces guardamos vinos para aquella “ocasión especial”, sin embargo, está en nosotros originar esos momentos especiales. La gran lección que podemos aprender de estos tiempos tan diferentes que estamos viviendo es aprovechar las oportunidades, el tiempo, disfrutar a las personas que amamos y cultivar lo que nos apasiona. No esperen demasiado, no se guíen por reglas, generen la ocasión.

Donde no hay vino no hay amor, dijo alguna vez Eurípides. Tú qué piensas…

Hay una historia de amor del hombre con el vino que data de alrededor de 7000 años. Ha sido un romance que probablemente ocurrió por casualidad al interactuar el hombre con la vid dando como resultado una deliciosa bebida fermentada con efectos embriagantes. Historias en paralelo que se entrelazan en momentos de la historia la del hombre y el vino, pero también una relación amor/odio ya que han tenido sus rupturas, y el vino se ha prohibido en algunas culturas o religiones, se ha prohibido su producción por celos comerciales o por cuestiones geopolíticas. Pero el amor a la naturaleza y los regalos que nos brinda con cuidados, el amor al arte, es lo que mantiene la llama encendida. Mientras exista amor por lo que la naturaleza y el hombre pueden lograr y crear juntos, seguirá existiendo el vino.   

Dicen que para conocer el origen y la calidad de un vino no hay necesidad de beber todo el barril…

Uy de acuerdo, las personas somos complejas. Me encanta la ironía en esta frase que en pocas palabras quiere decir que debemos acercarnos a una persona por primera vez de manera gradual para conocerla paulatinamente.  

¿Es cierto que el buen vino arruina el bolsillo y el mal vino arruina el estómago…?

Sin duda, un vino mal elaborado arruina el momento, y de paso te da unas buenas agruras y un dolor de cabeza.  Actualmente podemos encontrar muy buenos vinos a precios asequibles, invito a los lectores a que se animen a comprar vino, no le tengan miedo, además hay muchos colegas que pueden asesorarles y recomendarles para que no afecte su bolsillo. Hay que romper con el paradigma de que sólo los vinos caros son buenos.

Alguna vez dijo el investigador Louis Pasteur que “Una botella de vino contiene más filosofía que todos los libros del mundo…”

Se me dificulta separar los vinos y los libros para darles un peso o calificación, disfruto de ambos por igual, ambos despiertan en mí el deseo de contemplar y pensar. Un libro tiene la magia de transportarte a lugares, conocer personajes ficticios y reales, contar historias que prevalecen con el paso del tiempo. El vino también es una cápsula que encierra un lugar, un terruño, un año con sus vicisitudes, personas y manos con historias detrás de su producción, con legados que prevalecen a través de los años. Hay que permitimos abrir nuestras mentes y corazones para conocer la intención detrás de una pluma, al igual que la intención detrás de una botella, de esta manera estamos más dispuestos para dar paso a la meditación, la contemplación y la reflexión, y en estos tiempos de encierro, podemos seguir viajando a lugares mágicos e increíbles sin necesidad de salir de casa, sólo requieren abrir un vino y leer un buen libro.

Se dice que el vino lava nuestras inquietudes y enjuaga el…

Alma. Una copa de vino es el remedio para una semana de mucho trabajo, de estrés o cansancio. Tan sólo imagina tu lugar favorito, ese rincón especial, copa en mano, Chet Baker de fondo, tu mente despejada de las preocupaciones y el ruido del mundo silenciado. Una pausa, un alto a todo. Esa es la magia del vino, recuerda siempre con medida…

La edad es sólo un número. Es totalmente irrelevante a menos que, por supuesto, se trate de una botella de vino, citó alguna vez la actriz británica Joan Collins.

Ja ja ja. Me gusta su manera de ver la vida. Como dijo José Luis Borges, “vino, enséñame el arte de ver mi propia historia”. Al final los años dejan de contarse y valen más las anécdotas y lo disfrutado, elegimos mirar atrás con filosofía y en paz con nuestra historia, añejamos nuestras memorias porque al final de eso viviremos, de recuerdos que al revivir recobran su fuerza como los aromas de un vino joven. Cuando abrimos una botella que lleva años guardada ocurre algo especial, identificamos notas que se han generado con el paso del tiempo, pero también intentamos entender el vino como fue en su juventud. ¡Vaya arte y sabiduría qué dominar!

Necesito café para ayudar a cambiar las cosas que puedo, y vino para ayudarme a aceptar las cosas que no puedo cambiar.

Definiste mi día perfecto…

Si existieran suficientes afirmaciones que funcionaran para calmar el dolor y el sufrimiento, ninguna persona se tomaría la molestia de prensar uvas…

Más allá de los efectos del vino, considero que las personas han bebido vino por necesidad, por salud, por gusto. Para mí el desbalance ocurre cuando el ser humano va demasiado lejos.  La historia del vino nos cuenta episodios que muestran la otra cara de la moneda de la relación del hombre con el vino. Los celtas estaban dispuestos a intercambiar una sola ánfora de vino por un esclavo. Claro ejemplo de la desproporción. Hipócrates lo define bien, “el vino es una cosa maravillosamente apropiada para el hombre sí, en tanto en la salud como en la enfermedad, se administra con tino y justa medida”.

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