Le Flâneur

UN CHARCO NO SÓLO ES AGUA

Por Isabel Rosas Martín del Campo.

He tenido que salir a barrer todo el jardín. Al barrer la hojarasca que juguetea sobre el charco que la sumerge sonriente, mis pies descalzos sienten su calidez. Tal sensación me remontó a mi infancia. Miro ahora mis pies pequeños ─son de niña─ jugueteando con el agua al igual que la hojarasca. Alrededor está el largo corredor de mis abuelos custodiado por el fulgor de los crecientes y anaranjados geranios a cada lado. Como soldaditos dispersos me miraban silenciosos a la sombra del frondoso aguacate. Yo ignoraba sus miradas porque mis pequeños pies se atolondran con las caricias del agua recostada sobre el concreto quien generosamente abrazaba con disimulo el frescor de cada charco. Al fondo había una fuente llena de ranas y de sapos de cerámica escupiendo incansables chorros de agua; su sonido me gustaba tanto pues era como un cántico que sólo ellas entendían y yo disfrutaba. Y en la parte más alta de la entrada sobre una repisa una figura vigilaba la casa, estaba alumbrada por velas de flama roja que no se apagaba nunca. Mi abuelo decía que era San José, así se llamaba él; cada tarde nos sentaba alrededor de la fuente a rezar el rosario con todo y letanía, hincados.

Era la casa de mis abuelos, llena de inolvidables días, tardes y noches. El aroma a café con canela de cada mañana me despertaba. Sabía que lo saborearía con leche recién ordeñada de la vaca del corral. Las tortillas de harina de azúcar que juntos hacíamos cada tarde eran escondidas por mi abuela para no ser devoradas por nuestra inagotable gula. Siempre descubrimos sus escondites. Los recuerdos de mi niñez en esa casona de pueblo a la subida del cerro es el mejor tesoro que aquilata mi memoria. En días de verano saltar descalzos sobre esos generosos charcos era la mejor diversión. 

He terminado de barrer el charco, que ironía es como si se hubiese borrado la ventana que abrió mis recuerdos más entrañables. Mis pies están empapados de agua pero mi mente de recuerdos que quisiera volver a vivir. El cansancio de hoy en nada se parece al fulgor de aquellos días en que saltar y correr eran energía pura. Esperaré con ansia a que mis sedientos pies descansen agotados sobre la frescura del siguiente charco. Hasta que se llegue el día en que retornaré para siempre a la danza eterna de mis pies descalzos en donde los geranios como espectadores aplaudirán el espectáculo de un día cualquiera después de la lluvia.

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