Le Flâneur

LA CIUDAD DE LAS QUIMERAS

Por Isabel Rosas Martín del Campo

Le Flaneur

Camino sin prisa, tan sólo un poco, necesitaba despejar mi mente. Habían sido días y noches intensos de dudas. De querer que las cosas funcionen. Pero… ¿qué más da? Cuando un aparato está a punto de fenecer comienzan a haber avisos; al principio apenas los notas hasta que cada vez más se ponen enfrente de ti ruidosamente. Como si también estuvieran hartos de tu indiferencia. De su enfermedad evidente ya avanzada o ya sin cura. Odiando a esas alturas la esperanza (si es que llega) puesta en un arreglo apenas inmediato y efímero que en nada sanará su condición. ¿Será que las relaciones humanas las reducimos a eso: un aparato inservible indiferente y enfermo?

Pero si somos fieles conservadores de cosas inservibles junto a nosotros. El haberlas adquirido costó dinero, y juzgamos que es demasiado pretexto para no deshacernos de ellas, aunque ya no sean necesarias. A veces, resultado de ahorros, otras de un aguinaldo o simplemente ese día hubo los recursos para obtenerlas. El problema es que no es problema el que están allí ocupando un sitio, incluso hasta privilegiado: la sala de la casa, el salón de juntas o el acceso principal de donde sea, dependiendo de su categoría. Una maceta con una planta moribunda, un televisor que al encenderlo se distorsiona, un radio que nadie escucha. Las cosas inservibles son tan parecidas a las personas que no se aman entre sí. Vivimos entre ellas indiferentes a nuestra respiración o a su función en nuestra vida, creyendo que son útiles para algo, pero… ¿qué? Mis pasos son demasiado confusos para saberlo tan a la ligera.

Además, hemos aprendido a ser acumuladores de cosas no sólo físicas, también acumulamos cosas dentro de nuestra mente. Son habitantes silenciosos inspirados en cada persona que vive en nuestra realidad de la que queremos escapar cada vez que ya no nos gusta su punzante realismo. Unas veces surrealista, otras tantas demasiado apocalíptico y cuando se anda en amores por demás idealizados. Nuestros habitantes internos son absolutamente demandantes, nos extorsionan sin recato alguno hasta lograr que hagamos su santa voluntad. Es entonces cuando sin consciencia alguna salimos de esta ciudad quimérica para adentrarnos en el exterior de la ciudad real acosante y dirigirnos a esa persona igualmente real y, sin pensarlo obedecemos a nuestro querido y amado habitante cerebral y como autómatas ¡reaccionamos! No somos dueños de nuestra voluntad cuando nos despojamos de nuestro sentir porque creemos que somos vulnerables si acaso intentaremos ser auténticos. Así que es mejor continuar esas marchas forzadas que nos obligan a tener en nuestras vidas cosas y personas innecesarias; las primeras inservibles, las segundas hasta extrañas. Vivimos en el sinsentido eterno de lo normal y de lo correcto.

Esta caminata, me ha hecho tanto bien. Pensando en mis analogías, recuerdo ahora mismo una plática anterior con un buen amigo. Me decía del altar de los Aluxes, que quitaron del paso a desnivel del aeropuerto. Por qué razón se hizo. Es irónico asumir en el hecho de nuestra reiterada inercia a conservar cosas innecesarias y por el otro, nuestra recurrencia a deshacernos de aquellas que no es que sean necesarias, es que la razón de deshacerse de ellas no tiene argumentos. No es que hubiese dejado de servir, no era esa su función, no costó mucho dinero y tampoco estorbaba a nadie. No obstante, nuestro indiferente paso fue su tumba ¡Perdió significación! Había ya muerto antes de ser pulverizada para retornar a la tierra de los aluxes. Quizá en mi caminata me hayan mirado algunos Aluxes también con indiferencia mientras mis pasos trémulos me dicen ante mi cansancio mental que tal vez mañana sepa que mis dudas nunca cesarán.

Mostrar más
Back to top button