Le Flâneur

MI CASA ME INVADE

POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO

Sólo conozco la paz en un solo lugar: mi casa. Dentro de estas murallas me siento segura. Es el único lugar que me platica, que me grita o que me ignora y que yo lo permito sin tomarlo personal. Aquí mis días y mis noches me regalan respiros. Cuando percibo el aroma que vuela por el aire me siento bendecida de tener este refugio con olor a alimentos recién cocinados. A mi casa no puedo mentirle, sabe cuándo estoy eufórica porque me ve saltar, gritar o reír. Pero también, hay ocasiones en que mi cama se empeña en sostenerme dentro de sus satinadas manos humedecidas aún por mis lágrimas. Los ventanales se abren ante mí presumiéndome el follaje suntuoso de mis dos soldados amaderados; pero mis agotadas pupilas se tornan como nubes en tormenta. 

Otras mañanas en cambio mi lecho me suelta, y mis dos soldados vegetales se transforman en espigados caballeros que fuertes sostienen a los carpinteros madrugadores que no se cansan de taladrar su tronco generoso para los nidos de sus polluelos copetudos. Mi casa es el edén mismo; ¿Qué haría si yo no existiera para ella? ¿me extrañaría? ¿qué pasaría con el cuartito del fondo antes bodega, luego habitación de visitas y ahora mi guarida secreta? Donde las noches y las madrugadas intrincadas me acompañan silentes. Mientras mi gata Cleo y mi gato Horus me regalan sus eternos sueños a mi lado. Ahora sobre la mesa, al rato sobre mis pies, y luego sobre el librero que los consiente. 

A veces, deambulo por toda ella, subo y bajo, como si fuera la primera vez que la visito, me va platicando sus historias que son las mías. No se guarda nada. Ha envejecido conmigo, sus agrietados muros quieren disimular la pátina del tiempo. Hay polvo acumulado, ecos callados esperan el momento eureka, ¡de pronto! Mi casa me invita a viajar a los tiempos idos que callados ocultan los secretos de familia, los venturosos días de cada momento vivido. ¡Así! Escucho, de nuevo, parada en el quicio de la puerta de mi hijo, su llanto, como un canto con olor a bebé, a pañales y biberones, a juguetes de todas formas invadiendo cada rincón. Luego volteo a la otra habitación y miro el juguetero aquél que sostenía la colección de muñecas de mi querida princesa. Aún permanecen vestigios de la cenefa de ositos que decoraba su habitación. Quedaron ocultos dentro del closet. Imagino cuánto extrañará a aquella pequeña que revoloteaba con alas de hada por toda su pieza. Ahora sólo está lo que no quiso llevarse.

Mi casa es mi mundo en pequeño. Es como si me entendiera y guardara para mí en cada cajón toda mi historia. El calcetín perdido de bolas de pronto aparece, el arete, las cartas, la vajilla aburrida de no usarse acepta su calvario en una inadvertida gaveta. Cada adorno es un recuerdo que no se desdeña de cuando alguna vez fue real. El calor de mi hogar en ocasiones se llena de telarañas y de polvo por todos lados y se transforma en frío; cuando me doy cuenta de ello, comprendo que mi casa también me habita a mí. Me recorre por dentro. Primero camina por mi cabeza en donde está mi alma, luego va recorriendo poco a poco todo mi organismo hasta llegar a mi centro. Allí se detiene porque quiere corroborar que mi corazón aún late y luego sale por la cristalina cascada de mis lagrimales. Ahora estoy aquí en mi estudio escribiendo estas palabras, y mi casa me invade toda hasta sacudir mis dedos en cuyo caso, sólo han escrito el dictado de su propia voz… ¡La amo tanto!

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