Le Flâneur

ALTARES

Por Isabel Rosas Martín del Campo

Apenas puedo distinguir mis pasos apresurados. Eso me persigue. A cada paso por las aceras me tropiezo con ellos y con ellas. Están allí mirándome silenciosos. O, por lo menos eso piensan. Porque a mí me gritan suntuosamente cada que paso a su lado, creyendo que soy indiferente a su peculiar personalidad, saben que los miro de reojo. Huyo descaradamente de su nefasta presencia; pues me agobian.

Sí, me refiero a esos, los singulares “altares” exteriores de cada casa y cómo es que incomprensiblemente, son los propios habitantes quienes han decidido colocarlos al paso de nosotros los caminantes. No comprendo sus gustos bizarros. Son esas bolsas negras a punto de reventar, más su desordenado contenido que llora su inmundicia. A su lado están esos cacharros desechados por inservibles completando el ritual. Como indigentes son despreciados por los transeúntes, mientras cada altar a la basura atestigua la personalidad de cada casa. 

Camino de una acera a otra, deseando dejar de ser perseguido por las almas fantasmales cuyo olor nauseabundo, perteneciente a cada deformada bolsa a punto de la putrefacción, se entremete en mis narices; sus savias lixiviadas lavan las calles, dando un brillo casi mate, ¡qué contradicción! Un brillo opacado, un aroma putrefacto y adornos que son basura. 

En qué se transforman las calles. Los propietarios han perdido sus sentidos. El sentido del olfato seducido por el olor lixiviado de la miseria; el sentido de la vista enceguecido por el negro de las bolsas, como si quisieran aludir la significación de su ausencia de luz, lo que me hace imaginar que piensan que no existen. El sentido del tacto ha perdido su finura y el último sentido hace oídos sordos al llanto desesperado de las almas fantasmales de cada altar nauseabundo dispuesto justo al frente de sus accesos que dan bienvenida al visitante. 

Debo huir de aquí, estoy atosigada de esta calle, y de aquella y de la otra. Estoy alterada de la indiferencia de sus habitantes deseosos de ignorar la selección de residuos sólidos que acabaría de tajo con estos altares promiscuos. 

Quizá mis pasos deban ahora ser desinfectados…

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