ÁRBOLES CAÍDOS
POR ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO
Lo vi llorar lentamente. Vi mutilar sus brazos y asesinar a sus hijos, verdes y resplandecientes de vida; fueron segados por el machete afilado de aquel hombre ensimismado en la acera de enfrente. “¿Por qué tala el árbol?” le pregunté. “Porque hace mucha basura y la señora ya no quiere barrer la hojarasca”.
Caminaba sin prisa, quería hacerlo, hacía tanto tiempo que no me daba el lujo de caminar entre las calles. Quería saborear el menú de la vida de una ciudad que llora su agonía y su abandono humano unas veces mientras otras, es aturdida por la sobrepoblación que la agota. Cada paso mío era una aventura entre mis ganas de mirar todo lo posible. Husmear el interior de cada casa, contar los colores de cada fachada, calcular sus edades, imaginar sus habitantes; descubrir gatos trepados donde sea o espantarme de mi letargo por un ladrido inesperado.
Quién sabe, eso pienso mientras mi tacón se encaja en la grieta de esta vieja banqueta a la que a nadie le importa reparar. Eso me da cuenta de su edad, está en una madurez que ya muestra el transcurrir de los años. Vi muchos árboles aún, fuertes, orgullosos de su fuerza, de su fronda enorme y poblada por todos sus hijos: sus ramas, sus hojas, sus flores, sus frutos, y de sus habitantes que cada mañana le cantan trinos de alegría a la vida. Aves que tejen sus nidos abrazados de sus generosas ramas pues cada una tiene la misión de acunar a sus crías. Mariposas, murciélagos, orugas, arañas, hormigas son sus amigos, sus habitantes en sí.
Y sin embargo el ser humano sigue siendo necio, indiferente. Vi mutilar ese viejo árbol, pero también he visto talar sus cuerpos enteros a árboles que no pueden gritar ¡alto! A su incesante agonía por la inmisericorde indiferencia de hombres y mujeres que no saben lo que hacen y hasta dónde nos serán cobrados estos actos. El oxígeno, la polinización, el enfriamiento de la tierra, pero sobre todo esa noble sombra que nos da cuando el sol es agotador o la tormenta es poderosamente ruda.
El sabio árbol aquél tira a sus hijos, sí, pero cuando han muerto para dejar que la vida prosiga y para dejar que la hoja verde y vigorosa continúe la labor del hijo caído. Mientras la hojarasca crujiente acepta su muerte con dignidad, sabe que será tierra y que nutrirá otras vidas para continuar el ciclo de la vida que aún no hemos entendido. La señora habrá dejado de barrer hojas caídas cada día, como también habrá dejado de tener sombra, cantos y trinos matutinos, espero que algún día lo sepa y desee mitigar el llanto del árbol que mandó cortar.