Le Flâneur

EL TROPIEZO (Un relato de diversidad humana)

Por ISABEL ROSAS MARTÍN DEL CAMPO

Caminando por el arroyo de la calle una persona pasó a mi lado. Descuidadamente logró rozarme con su hombro. Llevaba un libro en la mano y vi cómo cayó al piso justo en un charco de agua sucia. Enojada miré rápidamente a aquella persona con la intención de reclamarle su descuido.  Al ver su rostro no pude más que hacerme para atrás y comenzar a limpiar en silencio las humedecidas páginas de mi libro.

– ¿Estás bien? – me preguntó, a lo que susurré un sí. Mi libro dejó de tener importancia. La persona no dejaba de mirarme o, eso creía yo. Su rostro era apacible, no se sabía si estaba contento o triste, simplemente no tenía una expresión que me dijera más de lo que ya sabía. Comencé a pensar que podría hacer yo si estuviera en su lugar. Sabría acaso que tal empujón me habría causado molestia.

Cómo saberlo. Sólo me quedaba mi extraña sensación. ¿Por qué seguía allí a mi lado? Un ladrido me sacó de mi sopor. Era un hermoso perro mestizo color café. También me miraba de fijo a mis ojos, como si quisiese explicarme. Pude mirar su sonrisa. Sí, un perro sonriéndome o eso quise sentir. Pues su cola no dejaba de menearse. Estaba sentado al lado de aquella persona que le decía: “tranquilo Pekis, ella sabe qué pasa”.

Cuando escuché eso, mi cuerpo se estremeció; un ligero sopor podía descubrir mi vergüenza. Mi mente parecía divagar para reflexionar en la terrible ira que nos invade a diario, encumbrada unas veces y desnuda otras más. Cualquier estímulo por minúsculo que parezca nos altera los nervios. En cambio, pensaba en esa persona y notaba su seguridad, su conformidad con la vida y su realidad.

Olía a limpio y su atuendo me parecía, en verdad, que había sido elegido con cierta distinción y cuidado por lucir bien. De pronto me di cuenta, que en realidad todo había sucedido justamente al revés. Mi cabeza dio vueltas. Es cierto, me dije, vamos de aquí a allá viendo sin mirar y miramos sin ver, que sé yo. Ponemos cuidado a qué. Yo fui la que iba rápido, yo fui la que no me hice a un lado. Por qué razón queremos siempre ganar, por qué pensamos que si cedemos perdemos.

En realidad, esta persona iba a un ritmo sensato. Percibiendo con todo su cuerpo y sus sentidos absolutamente todo a su alrededor. Quizás anhelaba que fuese yo la que le diese el paso; pero eso no ocurrió. ¡Pobre de mí! me dije, no se sentir el mundo, no sé sentir todo lo que me rodea con mi cuerpo entero, se lo dejo todo a mis ojos. ¡Qué tonta! mis ojos sólo saben ver objetos, cosas, colores, texturas, pero no pueden conocer ni percibir la totalidad de la realidad. Necesitan de mi cuerpo entero, de mis oídos, de mi olfato, de mi respiración y de mi piel.

Por un momento sentí envidia de la templanza y heroicidad de aquella persona, que insisto, me miraba de fijo. Era como si supiera lo que en ráfaga de segundos estaba pasando en todo mi interior. “Pekis” su perro no dejaba de ladrarme y moverme su rabo. Me parece que ambos estaban acostumbrados a encontrarse a tantos como yo. De pronto, supe lo común que soy y lo extraordinarios que eran este par de seres frente a mí. Sin pensarlo, me acerqué a Pekis y le dije muy bajo -gracias por ser un gran acompañante.

¡Adiós! les dije a los dos y perdón, no los vi, ¡iba distraída con la nada de todo! Entonces sí pude ver una gran sonrisa en ese rostro apacible diciéndome: “adiós, ten un buen día”. No importa si debo develarles si fue un hombre o una mujer, simplemente fue un ser humano que hoy me enseñó que   ni la vida ni la realidad se miran con los ojos, sino con el alma y la totalidad de mi cuerpo en sintonía con el exterior. 

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