Juan Gabriel

A principios de los años ochenta Alberto Aguilera lo tenía todo: millones de discos vendidos, mansiones en México y Estados Unidos y el público a sus pies. Excepto una cosa: un lugar donde resguardarse del bullicio, víctima de su propia fama, y fue así que descubrió el Caribe mexicano

Desconcierto, parálisis, preocupación e incertidumbre. Una vorágine de sentimientos encontrados arrebató a la sociedad tras la confirmación del deceso de uno de los más grandes exponentes del folclore mexicano, Juan Gabriel. Pero, ¿adónde se escapaba este ídolo de movilidad social vertiginosa para huir del famoseo?

Recuerdan los pioneros de la ciudad que en los ochentas, cuando Plaza Caracol gozaba de buena aceptación y gran popularidad, era muy común visitarla para pasar el rato, como uno de los hot spots de aquella época para ver y ser vistos. La poblana Rocío González, quien vivía en aquel entonces en la ciudad, tenía la gran ‘Orbe Galería de Arte’, la cual hacía sus mejores esfuerzos por presentar artistas mexicanos de talla internacional, por ello era muy visitada. Y una visita muy frecuente era Juan Gabriel.

Según narra Rocío, Juan Gabriel llegaba en pants y tenis, “ningún glamour ni parafernalia lo precedía ni lo rodeaba. Gustaba de ir a escuchar música y platicar sabroso, porque Germán siempre ha tenido una muy buena colección de voces femeninas, por lo que les encantaba pasar la tarde en amena tertulia musical”.

Se podía ver al ídolo del pueblo atender a los clientes que se acercaban a contemplar el arte, y pedía permiso para hacerlo. Según cuentan era muy divertido verlo buscar la información del artista que le interesaba al cliente en una libreta que para tal caso había. Y abría los cajones de la gráfica pidiendo auxilio sobre técnicas y preguntas que le hacían los turistas, quienes estaban seguros de tratar con un profesional del arte…  “¡Y vaya si lo era! Aunque no precisamente del que con tanto gusto se esmeraba por mostrar”, acota Rocío.

Después de tanto sigilo y de sacarle sus declaraciones casi con tirabuzón, la cocinera de los famosos Chiles en Nogada que ofrece La Dolce Vita dese hace 40 años confiesa: “Nos queda el buen sabor de un Juanga del diario… Que gozaremos y recordaremos siempre así”.

Para el año 2007 el divo de la canción se paseaba por esta latitud con cierto camuflaje y no perdía oportunidad de su retoque, por lo que visitaba la estética de Rossano Ferretti, en Plaza Kukulcán, solo o acompañado de su hijo o un asistente. Allí conoció al estilista internacional Enrique Vidal, por cuyas manos han pasado célebres estrellas como Alejandra Ávalos, María Conchita Alonso, Elsa Aguirre, Evangelina Elizondo, Alicia Machado, Pedro Ferriz Santacruz, Lupita Jones, Claudia Córdova, Angie Dickinson, Michelle Collins, Vicky Car, Rebeca de Alba, entre otras celebridades. Aún recuerda cómo le hablaba de usted: “Me impresionó el día que lo conocí, porque hizo una lectura de mi situación emocional de aquel entonces con solo verme. Me dijo cosas que solo mi familia sabía e incluso me dio un par de consejos”, además confiesa que Alberto Aguilera fue un hombre multifacético, lo mismo componía que arreglaba, cantaba, tomaba fotografías profesionales, y sí era muy buen fotógrafo de sus amigos famosos; lejos de aires de grandeza, el cantante siempre mostró humildad y amabilidad para todos. El estilista y maquillista profesional además revela: “Un día tuvo un momento de quiebre, no sé lo que pasó, de hecho le pedí que no me contara, tuvo un disgusto muy grande, estaba muy sacado de onda  y le daba vergüenza llorar frente a mí, entonces cerramos la puerta y le dije ‘no se preocupe, desahóguese’ y se soltó llorando; yo pienso que era algo impactante en relación a alguna mala noticia y, bueno, le pedí que no me dijera nada, porque cuando trabajas con ese tipo de gente lo que más quieres es respetar su intimidad”.

Enrique Vidal siempre se mostró respetuoso y agradecido con quien le dio trabajo y confianza; recuerda cómo irrumpía de repente en el salón para raptarlo y trabajar en producciones fotográficas, como con la cantante La India, con quien siempre sostuvo una amistad muy cercana. “Haciendo una retrospectiva, veo que Juan Gabriel era un gran maestro de la vida. Me quedo con sus grandes consejos, me enseñó que perdonando nos damos la oportunidad de evolucionar. Lo que debemos hacer es hablar menos y hacer más, que cada quien se dedique a trabajar en su vocación”.

En el 2012 la diseñadora Victoria González nunca pensó que después de participar en el programa ‘Texturas de la Moda’ y, pese a las prohibiciones de su staff, atreverse a buscar una entrevista con Juan Gabriel –al lograr estar frente a frente solo poder esbozar “señor, soy su fan, me encantan sus canciones”-, lograría generar empatía con Juanga, a tal grado de volverse una de sus diseñadoras de cabecera. Victoria recuerda que la primera vez que fue a su casa él se lució como gran anfitrión, y como si fuera ayer narra cómo la recibió: “Él siempre fue muy sencillo, estaba en pijama platicando en su sala y ahí fue donde le pregunté sobre quién era su compositor favorito, y me contestó ‘José Alfredo Jiménez’”. Recorrieron su casa y él le mostró sus fotos preferidas; su estudio con un hermosa vista al mar, y fue en el salón de fiestas donde Victoria comprobó su admiración hacia los grandes artistas de la época de oro del cine mexicano. Enseguida le explicó: “Me gustan los coordinados”, le dio un traje y dijo: “Así lo quiero, de esta medida”. Un traje de manta azul turquesa que lleva su etiqueta, ‘Juan Gabriel’.

Ese traje ahora tan especial para la diseñadora se lo regalaron al cantante las artesanas de Pátzcuaro, “me lo dio para que yo le hiciera a la medida la ropa, y me dijo qué colores le gustaban, que era el verde limón, lila, beige, ah, y me comentó que el color negro no le agradaba. Me dijo: ‘negro ni Pelé’ (risas), a él le gustaban mucho los colores primaverales”, detalló la diseñadora con la cara iluminada al revivir esos recuerdos. Destaca en su plática: “Me preguntó, ‘¿Y usted cómo se llama?’. Le contesto que Victoria… Cuando escuchó mi nombre se persignó -y en mi cabeza pasaron mil cosas-, por lo que cuestioné el gesto y me contestó: ´Porque así se llamaba mi madre’. Yo me quedé sorprendida pero a la vez feliz de tener cada vez más cosas en común con él”.

Y así fueron sus encuentros, a veces efímeros, a veces casuales, pero a lo largo de cuatro años el compositor lució sus creaciones lo mismo en entrevistas que en conciertos o en videos. “En una ocasión yo iba viajando a Chetumal y llegando me habla mi hija y me dice: ‘mamá, en el video de Espinoza Paz, Juan Gabriel lleva puesta tu camisa’. Lo revisé y efectivamente llevaba puesta la camisa negra con flores bordadas; posteriormente portó más en videos con Natalia Lafourcade, Juanes, Napoleón, etc.”, cuenta ufana la diseñadora veracruzana.

“Me siento orgullosa de haberle hecho varios diseños a un grande de corazón, al mejor compositor. Lo que me quedo de él es de cuando lo conocí, recordando el momento que estuvimos en su casa y nos enseñó sus fotos, cómo nos trató, tan sencillo, cómo se despidió de nosotras; con sus canciones, sus composiciones”, y acotó consternada con un ligero suspiro: “Hasta el cielo mi agradecimiento”.

Jorge Marín, el Greñas, no solo es el sobrino de toda la confianza de Lolita López-Lira, también es el responsable de presentarle a Juan Gabriel, con quien mantenía entrañable amistad. Un par de encuentros fueron suficientes para inspirar a Lolita y a su marido, José Luis Martínez, para compenetrar con el cantautor de más de tres mil canciones, y encontrar un nuevo nicho para promocionar el Caribe mexicano a través de la música. Fue entonces, en la primavera del 2011, cuando inauguraron en una de sus propiedades un estudio de grabación con el nombre artístico de Alberto Aguilera, ‘Juan Gabriel’, quien bien lo capitalizó e inmortalizó con sus dos últimas producciones con duetos, y otras tantas de otros grandes de la música nacional e internacional.

Lolita López-Lira y José Luis Martínez conocieron de primera mano al gran ser humano que también les inspiró para crear el ‘Noa Noa’, un ambicioso proyecto que incluiría una plaza gourmet, para rendir tributo a la gastronomía mexicana; la escuela de música ‘Semjase’, para pequeños en situación vulnerable; un museo sobre la trayectoria de Juan Gabriel y uno más sobre el mariachi; un centro de espectáculos con auditorio para mil 200 personas y en una segunda etapa muestras de tequila, vino y diversos atractivos turísticos. El centro de espectáculos se ubicaría en el hotel Generations Riviera Maya, donde el Divo de Juárez tenía un estudio de grabación y una habitación de descanso.

“El señor Alberto”, como respetuosamente le llamaban Lolita y José Luis, tuvo para con ellos tantas atenciones, muestras de afecto como de agradecimiento y grandes detalles. La complicidad y el cariño fueron mutuos. El respeto también. No hubo palabras de Lolita y José Luis, pero sabemos que son historias que sin duda nos dejarían con un nudo en la garganta…

Por ahora solo queda por concluir el más grande tributo en vida iniciado e in memoriam para uno de los grandes monstruos de la música mexicana, quien paralizó una nación con su partida, quien logró uno de los ratings más altos en la historia de la televisión mexicana y quien marcó a muchas generaciones, como muy pocos, con sus canciones de amor y desamor, y a quien todos despidieron al unísono con su legendaria composición: ‘Cómo quisiera, que tú vivierasque tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca…’

Envuelto en un halo de misterio, entre el duelo y la fidelidad de las pocas pero grandes amistades que el cantautor cobijó durante su estancia en este paradisiaco enclave, no perderemos la esperanza de que el resto de sus amigos compartan  con nosotros sus experiencias junto a uno de los grandes de la música mexicana.

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